Habitación de Elizabeth

Entré en mi habitación y dejé el collar en el tocador y las rosas en el florero vacío. Después salí de la habitación para coger mi coche y largarme pitando al Hospital.

Entré en mi habitación y saqué del vestidor la maleta que Alice y yo habíamos ido a comprarla expresamente para guardar toda la ropa que ella me compraba para mis viajes. Saqué del vestidor todo lo que pensé que me haría falta y lo metí en la maleta. Guardé en el bolso unos libros y los cuadernos, donde solía escribir cuando me tenía que desahogar por algo. Metí las partituras y guardé en su funda mi flauta travesera, compañera fiel en las alegrías y las penas. Cuando todo estuvo preparado, me senté en la cama, analizando cada detalle de mi habitación. Adoraba este lugar de la casa no solo porque fuese MI territorio, sino porque en él podía relajarme y pensar con tranquilidad.

Desde mi habitación escuché que alguien se acercaba. A saber quien pensaba detenerme. Me daba igual, me iría igualmente. Entonces entró Chris y me dijo que no me fuera con los ojos llorosos. Me tomó la mano y empezó a balbucear cosas que no tenían mucho sentido para mí. Estaba un poco atontada hoy.

-No te preocupes, solo serán un par de semanas.- dije con una sonrisa acariciando su mejilla. -Necesito cambiar de aires otra vez. Sabes que me encanta viajar. Este no es mi sitio. Necesito ver mundo. No encajo aquí.

Lo vi salir de la habitación prácticamente al borde de las lágrimas. Siempre pasaba igual. Odiaba irme así. Si me iba hacía daño a las personas de mi alrededor, pero si no me iba me lo hacía a mi misma. Suspiré y salí de mi habitación, dejando las cosas en ella. Tenía que hablar con Chris antes de irme.

Cogí mis cosas al entrar en la habitación y le eché el último vistazo por ahora. Iba a echar de menos todo esto. Quizás aun podía quedarme, pero tampoco es que tuviera muchas razones. Salí y bajé las escaleras.

Me encontraba en la habitación, sola para no variar. Todo se complicaba. Y encima Chris me había dejado en el bosque y se largó a Volterra. Quería ir, pero la última vez que estuve me dejaron claro por qué querían tenerme allí. Mi don. Era poderoso, pero no solía usarlo mucho, es decir nunca. Si iba, me ponía a mi en riesgo. Si no iba, quizás ponía a los demás en riesgo. Entonces, en mi mente se encendió la bombilla que estaba esperando. Ante todo el orgullo. Entré en el vestidor y me cambié el vestido por los vaqueros y la blusa. Y, por costumbre, me puse de calzado el tacón de aguja. Solo verlos duele, pero yo no lo sentía como los humanos. Cogí el móvil y salí de casa por la ventana. Poco civilizado pero más rápido.